Historia
El Padre José Américo Orzali fue el primer párroco de la Parroquia Santa Lucía, en el Barrio de Barracas, al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Una populosa barriada conformada por inmigrantes, en su mayoría provenientes de Italia.
Era muy joven (alrededor de los treinta años) y muy apostólico, con todas las ansias propias de un ministerio pastoral recién estrenado. En el ámbito parroquial había gran cantidad de escuelas primarias oficiales. El Padre Orzali, con permiso de los directores, al finalizar el horario escolar, se “multiplicaba” y daba clases de catecismo en esas escuelas a todos los chicos que lo deseaban.
Por supuesto, veía que no llegaba… y en sus horas de oración, frente al sagrario de Santa Lucía, le pedía al Señor una solución. Según él mismo refiere, sintió una inspiración que le sugería: “funda una congregación religiosa, con un espíritu sacerdotal, semejante al tuyo…”
El Padre Orzali, además, tenía contacto con párrocos de zonas carenciadas, pueblos de campaña, que compartían el mismo problema… Y le decían: “las monjas que hay, están en ciudades, en colegios para ricas, y no quieren venir a dar catequesis a estos lugares”.
La idea fue, de a poco, germinando en el corazón del Pastor. Él conocía a chicas de la Parroquia que, seguramente le habrían manifestado su deseo de consagrarse a Jesús en la vida religiosa. Se comenzaron a reunir doce, a quienes les fue trasmitiendo su ardor, su entusiasmo, sus ideales… su deseo de evangelizar a los pobres…
Y así fue que el 21 de enero de 1895, en la Parroquia Santa Lucía, estas doce jóvenes, recibieron el hábito y comenzaron a vivir su aventura en comunidad, bajo el amparo y protección de Ntra. Sra. del Rosario, a quien Orzali eligió, por la gran devoción que le tenía su mamá.
La casa era sumamente humilde, con el alquiler pagado por el Padre Orzali. Temprano era Capilla, después se acomodaban los bancos para las clases, y, luego…comedor y más tarde, dormitorio.
Esos son nuestros comienzos, contados en una canción:
En una casa pequeña llena de sol,
mujeres siempre simples, sembrando amor,
como doce pimpollos de aquel Rosal,
nacieron y crecieron en la humildad…